El Vesubio y el fin de Pompeya
Ilustración superior de Michael Heath. Óleo inferior titulado "El último día de Pompeya",
realizado por Karl Briulov (1830-1833). Museo Estatal de San Petersburgo, Rusia.
Pompeya no era más que una de las muchas ciudades que formaban parte del extenso Imperio romano. Si hiciésemos una lista de todas las poblaciones romanas de la época, ordenadas por popularidad, no tendría ni mucho menos un lugar destacado. De orígenes diversos, habiendo sido poblada tanto por etruscos, griegos, samnitas, y romanos, fue organizada como colonia en el año 80 a.C. pasando a llamarse como Colonia Cornelia Veneria Pompeianorum, en honor al dictador Sila y a la diosa Venus, protectora de la ciudad. Para el siglo I d.C., Pompeya era una próspera ciudad de la Campania de unos 10.000 habitantes (gran parte eran esclavos) donde la producción de vino y garum eran dos de sus principales actividades, siendo un rico centro comercial. Por ello entre sus calles nos encontrábamos con una clase media acomodada de comerciantes y terratenientes ricos. Calles por las cuales podían escucharse tanto el griego, como el osco, como el latín. Recordemos sus diferentes orígenes culturales, que habían dejado su huella tras 8 siglos de historia. Estaba muy cerca de la orilla del mar, teniendo puerto, además estaba conectada con el río Sarno, aunque desconocemos las distancias exactas. Por otro lado, desde no hacía mucho se había convertido en uno de los lugares de retiro preferidos por la aristocracia romana. El clima, las vistas hermosas, y la fertilidad de las tierras, motivaron la construcción de lujosas villas de ocio donde hombres como Cicerón, aprovechaban para retirarse. En definitiva, una tranquila ciudad comercial, típica de provincia, sin ningún peso económico ni político en el imperio, pero muy próspera.
Si volviésemos a hacer una lista con las ciudades romanas más populares, pero esta vez en la cultura popular de hoy en día, la posición de Pompeya sería muy diferente, quedando en un lugar destacado. Y esto, como bien es sabido, es porque la ciudad formó parte de un gran evento, aunque no positivo. Aquello que permitió que Pompeya viajase en el tiempo hasta nuestra época, no se debe a otra cosa que a su propio final. Aquello, que la destruyó para siempre, fue lo que la hizo inmortal. Y aquello, tiene nombre: Vesubio.
La relación entre Pompeya y el monte Vesubio no se limita al famoso episodio. Este daba lugar a extensas tierras fértiles a su alrededor, y la explotación agrícola y la actividad comercial de la que vivía la ciudad, dependía en gran parte de ellas. Pero no todo era bueno. Tener un volcán cerca también suele provocar movimientos sísmicos, y los pompeyanos estaban acostumbrados a ello, así nos lo cuenta Plinio (Cartas VI.20). No obstante, a veces las consecuencias eran peores de lo esperado. El 5 de febrero del año 62 d. C. (o 63 según Séneca), fue testigo de ello. Sabemos que ese día un terremoto destruyó parte de la ciudad, y así lo demuestra la arqueología.
Para el año 79 d.C., muchos edificios de Pompeya se encontraban en plena reconstrucción, aunque nunca serían terminados, pues una nueva catástrofe, mucho peor que la anterior, paralizó la vida de la ciudad para siempre. Aquella solitaria y siempre vigilante montaña, despertó para sorpresa y lamento de todos los habitantes de los alrededores, incluidos los pompeyanos. Se desconoce si fue un 24 de agosto o de octubre, hay debate entre los investigadores. Pero lo que pasó, sí lo conocemos con bastante detalle. Desde las 9 de la mañana comenzó a haber pequeñas explosiones que anunciaban lo que ocurriría. Ya a medio día, la presión del gas de la cámara magmática, salió de esta dando lugar a su expansión y violentas explosiones. Una lluvía de cenizas, lapilli y pumita empezó a caer sobre Pompeya y sus alrededores. La lluvía volcánica comenzó a producir los primeros daños significativos a la ciudad. Fue entonces cuando aparece en escena el escritor Plinio El Viejo, autor de la famosa enciclopedia titulada Historia Natural. Este era también prefecto de la flota romana, estacionada en el cercano puerto de Miseno, por lo que acudió a socorrer a la población afectada. La correspondencia entre él y Plinio el Joven, su sobrino e hijo adoptivo, y todo lo que este último escribió para Tácito documentando lo ocurrido, nos permite conocer los detalles de la catástrofe.
Las horas siguieron pasando, y ya por la tarde, la cenizas y materiales que el Vesubio había hecho llegar hasta las calles de Pompeya, cubrían hasta medio metro de estas. Los techos seguían derrumbándose, y los habitantes afectados huían aterrorizadas, se escondían, o buscaban poner a salvo sus pertenencias. El gran peligro al que se enfrentaban no eran solo los incendios provocados ni las rocas que caían sobre sus cabezas, ni siquiera incluso todos aquellos que aprovecharon para dedicarse al vandalismo. El gran peligro era la asfixia provocada por la densidad de las cenizas en el aire. Tan contaminado estaba este, que en la lejanía era difícil ver que estaba ocurriendo en realidad. De hecho el propio Plinio descansaba en la casa de su viejo amigo Pomponiano, esperando con la mente tranquila a que todo pasase. Por su parte, muchos pompeyanos esperaban igualmente a la calma, aunque desde dentro de la tormenta. Ya por la noche, la columna pliniana alcanzaba los 32 km de cota, desencadenando dos oleadas mortales que sepultaron diferentes ciudades como Herculano o Terzigno. Pompeya por su parte, se encontraba ya con un manto de cenizas y rocas de 2,5 m de altura.
Mapa donde se muestra la expansión de las cenizas y rocas.
Línea de la costa actual. Fuente Wikipedia.
La noche acabó y regresó el día, pero no la luz. El peligro no solo no había acabado, sino que aumentó. Muchos pompeyanos que habían intentado regresar a sus viviendas para salvar lo que pudiesen, se encontraron con nuevas oleadas que acabaron con sus vidas. Plinio el Viejo, también se encontró por sorpresa con que la furia del Vesubio no se había apaciguado, y mientras intentaba huir de la casa en la que se encontraba con un cojín atado a la cabeza, murió. La última fase de la erupción fue la más destructiva y violenta. Cada vez había más terremotos y la espesa nube de ceniza se extendió cubriendo el golfo de Nápoles alcanzando a mucha población en fuga. A las ocho, Pompeya fue cubierta casi por completo por la última de las oleadas, llegando el manto de depósitos volcánicos hasta los cuatro metros, nivelándose con las viviendas. Fue entonces cuando el Vesubio se calmó, acompañado por un eterno silencio que se adueñó para siempre de la vida de la ciudad.
Recreación de la destrucción de Pompeya por parte del Vesubio.
Ver vídeo realizado por Zero One Animation pulsando este enlace.
Sin duda, se trató de un infierno. La caída de materiales volcánicos, el probable caos y la violencia provocados, el shock térmico por las altas temperaturas, y sobre todo la asfixia, acabaron con la vida de bastantes personas. No obstante, solo 1.000 cuerpos han sido encontrados en Pompeya. Aunque hay que tener en cuenta que tal destino fatal también les llegó a muchos en los alrededores, y sobre todo en otras poblaciones, lo que ocurrió en Pompeya aquellos dos días, sólo supuso la muerte de una pequeña parte de la población. Esto no quita lo catastrófico de lo ocurrido, pero hay que tener en cuenta que la mayoría de las personas que allí se encontraban, sobrevivieron. De hecho, otra erupción ocurrida en el 1631, produjo más muertes. Y es que el Vesubio, volvió a despertarse más veces, siendo la última en el 1944. Pompeya por su parte, durmió para siempre.
Estuvo totalmente sepultada hasta que en el siglo XVIII, comenzó a excavarse. Desde entonces, y sobre todo en la actualidad gracias a la arqueología, se ha convertido en una ventana del pasado. Pompeya no es sólo una de nuestras mejores fuentes para conocer el mundo romano, sino también una gran transmisora de su propia historia a través de sus ruinas.
Quién le iba a decir a los propios pompeyanos, que su final les daría vida para el resto de la Historia. Y es que a pesar de que contamos con muchos y muy bien conservados restos de la ciudad, así como podemos conocer el final de muchos de sus habitantes a través de los famosos moldes de yeso, resulta difícil imaginar la catástrofe que ocurrió. Y así lo pensaban los propios romanos, como el poeta Papinio Estacio cuando escribió: “¿Podrán creer las generaciones venideras, cuando de nuevo crezcan las mieses y verdeen estos desiertos, que yacen debajo ciudades y gentes, y que las campiñas de sus antepasados han sucumbido en un mar de fuego” (Silvas IV.4.78-86).
Pompeya no era más que una de las muchas ciudades que formaban parte del extenso Imperio romano, pero dejó de serlo para siempre.
-Bibliografía:
-Revista "Los últimos días de Pompeya" de Desperta Ferro: Arqueología E Historia Nº 24.
-Pompeya. Arqueología. National Geographic. Textos de Elena Castillo.
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