Ilustración inferior de Mikel Olazabal
Tras la muerte de Darío II rey del Imperio Persia, en el año 404 a. C., su hijo Artajerjes II heredó el trono legítimamente. Sin embargo, su hermano menor Ciro el Joven, conspiró para conseguir la corona. A pesar de lo que esperaba, solo consiguió el control de parte de la costa jónica (parte de la actual Turquía), muy lejos de la sede central del imperio aqueménida. Allí acudió a sus anfitriones para reclutar un ejército de mercenarios griegos. No fue muy difícil, ya que numerosos veteranos se encontraban inactivos a finales de la Guerra del Peloponeso, además de que la costa jónica estaba plagada de ciudades griegas. Entre estos mercenarios, muchos eran veteranos espartanos enviados por la misma polis para ayudar al rebelde persa.
Ciro mintió a su ejército diciéndole que su objetivo era someter la región rebelde de Pisidia. De este modo partió de la ciudad de Sardes junto a 50.000 persas y en torno a 12.000 griegos rumbo Babilonia. Tras pasar Pisidia, los soldados se indignaron, pero se apaciguaron por la promesa de generosas pagas. Finalmente Artajerjes presentó batalla a su hermano Ciro, teniendo lugar la batalla de Cunaxa, en el 401 a. C.
El enfrentamiento se puso rápidamente a favor de Ciro el Joven debido a los mercenarios, quienes vencieron al ala izquierda de Artajerjes. Todo cambió cuando Ciro se precipitó con su caballería contra su rival, cayendo en el ataque. Debido a ello su ejército comenzó la retirada, en excepción de los mercenarios griegos que se mantuvieron firmes. A pesar de encontrarse solos en el campo de batalla, las grandes bajas que estaba sufriendo Artajerjes en su ejército le obligó a ordenar la retirada de sus tropas. Jenofonte en Anábasis cuenta que no hubo pérdidas en el contingente griego, solo algunos heridos. Los mercenarios griegos habían logrado la victoria pero ahora se encontraban solos y aislados en medio del enorme imperio persa. El destino de todos ellos aún estaba por escribirse.
Tras la batalla de Cunaxa y la muerte de Ciro el Joven, los mercenarios griegos se encontraban aislados en mitad del inmenso imperio persa. Lo primero que debían hacer para volver a sus lejanas tierras era firmar la paz con el imperio persa. Para ello los líderes griegos encabezados por Clearco se dirigieron al campamento persa donde cayeron en una trampa y fueron asesinados. El ejército griego se vió obligado a nombrar nuevos líderes, siendo ahora el espartano Chirisophus el comandante general. Entre los nuevos líderes hay que destacar a Jenofonte, de quien hablaremos más adelante.
Atravesaron primero el desierto de Siria, Babilonia, después la Armenia nevada, para regresar a su patria. Al final, después de varios meses de marcha y de numerosos enfrentamientos con los pueblos de los territorios que cruzaban, llegaron al Mar Negro en Trapezunte. Les quedaban aún 1.000 km por recorrer, con escasez de alimento y agua.
Descansando en las ruinas de Nínive, Asiria (Milek Jakubiec)
Los griegos cruzando Armenia (Johnny Shumate )
Sin embargo, los griegos no se habían librado: les hacían falta barcos. Quirísofo, estratego comandante en jefe, partió a Bizancio para conseguirlos. Las ciudades griegas del litoral, en lugar de acogerles, les mantuvieron a distancia, por miedo a posibles pillajes. Muchos griegos se negaban a regresar sin recompensas y los arcadios y aqueos acabaron por hacer secesión. El ejército estuvo a punto de ceder al pánico cuando se propagó el rumor de que Jenofonte deseaba fundar una colonia en Asia, este lo desmintió y renunció a su puesto para mantener la unidad del ejército.
Finalmente llegaron a Grecia tras su agotadora y peligrosa expedición. Jenofonte, tras su regreso a Ática, escribirá su obra Anábasis. Gracias a ella conocemos esta historia, la expedición de los Diez Mil. El hecho de que un “pequeño” grupo de mercenarios griegos llegará al mismísimo corazón del imperio persa y sobreviviera demostró lo frágil que era el imperio aqueménida y lo superior que eran militarmente los griegos. Esto será recordado especialmente por Alejandro Magno, quien 70 años después invadiría el imperio persa con un pequeño ejército de 40.000 soldados griegos, pequeño en comparación con el gran ejército persa al que se enfrentaría.