Constantino I o Constantino el Grande, es conocido como uno de los grandes emperadores que ha tenido Roma, pero lo cierto es que no lo tuvo fácil para convertirse en el emperador del imperio romano de Occidente. Constantino fue proclamado Augustus (emperador) por sus propias tropas en York, durante julio del año 306 d. C., pero en octubre, el favorito en Roma, Majencio, era nombrado también emperador. Era inevitable que ambos se disputaran el trono en el campo de batalla. Es entonces cuando llegado el año 312 d. C., Constantino invade Italia con su ejército llegando fácilmente a las mismas puertas de Roma. El emperador Majencio, en vez de refugiarse en la ciudad para resistir un asedio, decide esperar a su adversario a orillas del Tíber en el puente Milvio, al norte de la ciudad.
Parte de la importancia de esta batalla reside en que los escritos que la relatan se ven afectados por la leyenda. Una de estas leyendas cuenta que la noche del 27 de octubre, cuando los soldados se preparaban para la inminente batalla, Constantino tuvo una visión del Dios cristiano. No obstante, la descripción de esta visión varía en función de la fuente que la relate. Lactancio afirma que Dios le dijo que debía "delinear la marca celestial en los escudos de sus soldados". El futuro emperador obedeció y marcó los escudos con el símbolo de Cristo. El escritor romano describe este signo como un staurogram, a pesar de ello, no existen pruebas de que Constantino utilizara alguna vez el staurogram; de hecho, ciertos historiadores defienden que empleó el crismón. Lactancio y Eusebio coinciden en que este símbolo no estaba destinado a representar a Cristo, ya que no existen evidencias que prueben que el crismón fuera considerado una marca cristiana antes de su reinado.
Volviendo a la batalla, Constantino forzó a las tropas de Majencio a retirarse hacia el río, tras lo cual este último dió la orden de retirarse a Roma, aunque la retirada fue un fracaso y mientras cruzaban el río sufrieron grandes bajas. Un puente provisional construido para la batalla cayó mientras las tropas lo cruzaban. El propio Majencio no logró cruzar el Tíber y murió ahogado, convirtiéndose Constantino en el vencedor de la batalla y único emperador del Imperio Romano de Occidente.
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