“Numancia, así como en riqueza fue inferior a Cartago, Capua y Corinto, por su valor y dignidad fue igual a todas, y por lo que respecta a sus guerreros, la mayor honra de Hispania” (Floro, I.34.1;trad. g. Hinojosa e I. Monero). Pocas ciudades han pasado a la Historia siendo admiradas por Roma. Incluso los propios autores romanos intentaron aumentar su gesta escribiendo que la ciudad no tenía murallas, y es que la resistencia de los numantinos es sin duda una de las más admirables que encontramos en la antigüedad, y a la vez un episodio marcado por el sufrimiento y que muestra hasta dónde es capaz de llegar el ser humano por no rendirse ante su enemigo. Pero, ¿cómo se llegó a ese punto?
Nos situamos en el siglo II a. C. Desde que Roma se hizo con el control de gran parte de la Península Ibérica tras su guerra contra Cartago, los intereses expansionistas y económicos de la Gran Urbe fueron chocando con los deseos de las ciudades del interior de mantener su independencia, teniendo lugar como consecuencia de ello las llamadas Guerras celtíberas. Al suroeste del río Ebro se encontraban los conocidos por los romanos como los pueblos celtíberos, debido a su mezcla cultural entre iberos y celtas. Estos eran diferentes pueblos formados por ciudades independientes que ejercían hegemonías y alianzas entre ellos, llegando, fruto de esto último, a formar grandes ejércitos si era necesario. Y lo fue en su guerra contra Roma. No obstante, como de costumbre, esta no faltó a su cita con la victoria, logrando imponer su dominio en las dos primeras guerras celtíberas. Eso sí, no fácilmente. Habría además una tercera guerra, en la que nosotros nos situamos, cuyo resultado fue el mismo, pero su desarrollo, digno de mención.
Las hostilidades entre celtíberos y romanos volvieron en el año 143 a.C., tal vez, por los triunfos de Viriato más al sur, como nos dice Apiano. Parecía ser un buen momento para la sublevación, y así lo aprovecharon. El primer cónsul romano que aparece en escena será el exitoso Metelo, quién logrará una serie de victorias iniciales hasta ser sustituido por Quinto Pompeyo Aulo. Recordemos que el puesto de cónsul durante la República romana (eran dos) era renovado anualmente, por lo que en las guerras republicanas vamos a encontrar constantemente un cambio de generales, y esta no es una excepción. El nuevo general acampará cerca de Numancia, la ciudad que lideraba la guerra, pero se verá obligado a huir. Numancia disfrutaba de una gran localización estratégica, ocupando el elevado y extenso cerro de La Muela De Garray (Soria), desde donde dominaba una amplia llanura que atravesaba el río Duero. Un río navegable que además, junto al Merdancho, daba protección natural a la ciudad. Al igual que las zonas lagunares y pantanosas, y espesos bosques que se encontraban en los alrededores.
La guerra continuará trayendo consigo un gran número de bajas, y no solo por las batallas, sino sobre todo por las malas condiciones de vida y las enfermedades, quedando el ejército romano bastante diezmado. Quinto Pompeyo, ante esta situación, llegará a un acuerdo de paz que él mismo rechazará después. E igual lo hará su sucesor. Los numantinos protestarán el incumplimiento del acuerdo con una embajada ante la propia Roma, pero ésta decretará la continuidad de la guerra. De nuevo de fracasará intentando tomar la ciudad de Numancia. Nos situamos ya en el 137 a.C., con la llegada del nuevo cónsul Hostilio Mancino. Su labor se caracteriza, según las fuentes, por resultar en un estrepitoso fracaso que acabó con un nuevo tratado de paz con tal de salvar a su ejército.
Emboscada a caravana romana (Autor Akshay Misra).
Mientras Roma se pronunciaba sobre este, M. Emilio Lépido, el nuevo cónsul, incumplía órdenes del Senado emprendiendo una guerra contra los vacceos, pueblo situado más al oeste, resultando esta en un fracaso que provocaría que fuese relegado. Sus intenciones eran cortar las rutas de suministros de Numancia y poder aislarla. Roma, por su parte, declarará indignos los tratados de paz de Pompeyo y Mancino, siendo este último entregado atado y desnudo a los numantinos. El encargado de tal tarea será el nuevo cónsul L. Furio Filón, quién como sus antecesores, no logró resolver el conflicto. Sus ataques se limitaron a los vacceos nuevamente, que se había convertido en una forma de evitar el conflicto directo con los numantinos. Pero todos sabían que para acabar con la guerra, Numancia debía caer.
La mejor forma de superar una pesadilla, y Numancia se había convertido en una, era mediante otra pesadilla. Y esta también tenía nombre propio: Publio Cornelio Escipión Emiliano, nieto adoptivo del famoso Espición Africano, y autor de la derrota definitiva de Cartago con su destrucción.
Lo primero que hará nada más llegar a Hispania en el 134 a.C. será imponer disciplina un ejército desmoralizado. Tras ello, emprenderá una campaña contra los vacceos al igual que sus antecesores pero consiguiendo definitivamente cortar el abastecimiento de suministros. El primer paso ya estaba hecho. Ahora quedaba lo más difícil. No obstante, aprendiendo de los errores de quiénes ya lo habían intentado, Escipión recurrió a un plan tan antiguo como eficaz, cercar la ciudad. Para ello construirá hasta 7 fuertes y 2 campamentos. El cerco en sí constará de hasta dos empalizadas, dos fosos y un muro. Además cortará el paso del Duero con dos puestos fortificados. En todo lo mencionado estarían apostados unos 60.000 hombres, siendo la mitad auxiliares hispanos. En el otro lado, dentro de la ciudad, tan solo 4.000 hombres (según las fuentes) esperaban resistir con éxito a tan grande ejército.
Actualmente los restos de la antigua ciudad son visitables, y se encuentran reconstruidas una casa y un fragmento de la muralla de la época celtíbera. A tan solo 7 km de la ciudad de Soria, resulta una visita obligada para todos los amantes del Mundo Antiguo.
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