Puede parecer que el turismo y las vacaciones sean algo moderno, lejos de estar al alcance de los ciudadanos del antiguo imperio romano, sin embargo, no es así. Es más, la palabra “turismo” procede del verbo tornare (volver o hacer girar), debido a que hacer turismo implica un viaje de ida y vuelta. ¿Pero qué clase de turismo hacían los romanos? ¿A dónde iban y con qué intenciones?
Las clases más adineradas, como los senadores, una vez acaba el negotium y comenzaba el otium (periodo de descanso) se alejaban del caos urbano para dirigirse a las villas marítimas que solían tener en propiedad. Un lugar muy poblado de este tipo de villas era la Campania, donde se encontraban Pompeya, Herculano y por tanto sí, el Vesubio. La costa napolitana se convirtió en un centro turístico privilegiado para quienes podían permitirse una villa de este tipo. A comienzos del siglo I a. C., el “empresario” Cayo Sergio Orata, viendo la popularidad del lugar se dedicó a reformar villas al borde de la bahía para luego venderlas a un alto precio a los senadores. Cicerón escribió sobre cómo transcurría el tiempo en aquel lugar, “entre romances, canciones, banquetes y paseos en bote”. Plinio el Joven también dejó constancia de las ocupaciones veraniegas de quienes se encontraban allí: meditar, leer recibir masajes, bañarse, escuchar recitaciones y música, pescar o montar a caballo.
Pero los romanos que podían permitirse unas vacaciones, no solo buscaban alejarse de todo el mundo y descansar. Las populares novelas exóticas de los siglos II y III d. C. así como las muchas leyendas y mitos con los que convivían los romanos dieron lugar a que estos quisieran conocer aquellos lugares extranjeros que se mencionaban. Hablamos por ejemplo de Grecia y las provincias asiáticas, lugares llenos de historia para los romanos los cuales conocían a la perfección los poemas homéricos y a sus protagonistas, cuyas tumbas se encontraban en estas lejanas tierras. Troya, como no podía ser de otra forma, era uno de los lugares más visitados y deseados, pues ahí se encontraban entre otras cosas las tumbas de Hector o el propio Aquiles, las cuales visitaron personajes como Julio César o emperadores como Constantino. Lejos de los versos de Homero, también eran grandes destinos ciudades como Atenas, Corinto, Esparta o Delfos, donde los juegos atléticos y festivales eran un gran atrayente para todo aquel que buscaba alejarse de sus preocupaciones y deberes. Por otro lado, no podemos olvidar los grandes monumentos que al año atraían a gran cantidad de turistas, como el Coloso de Rodas, que si bien se desplomó por un terremoto en el 226 a. C., seguían estando presentes sus enormes miembros desplomados. Los forasteros se entretenían explorando estos, convertidos en grutas artificiales o intentando abarcar con sus brazos el pulgar de la estatua, que según nos cuenta Plinio el Viejo no era posible.
Como hemos contado Grecia resultaba ser un gran atractivo turístico para el turista romano, sin embargo, un lugar que sin duda les maravillaba era Egipto. La tierra del Nilo, si bien hacía tiempo que había dejado atrás la época de los faraones (omitiendo la dinastía ptolemaica) y había sufrido una fuerte helenización, su ancestral cultura seguía estando presente con gran fuerza, siendo la escritura de jeroglíficos, su religión y los ritos religiosos así como otros aspectos culturales cosas que fascinaban a los romanos. Y no olvidemos los grandes monumentos como las tumbas subterráneas del Valle de los Reyes, donde los aún visibles grafitos con nombres, fechas, poemas, opiniones...etc. son la prueba de los numerosos excursionistas que visitaron el lugar a lo largo de la antigüedad. Al igual que en los foros de viajes hoy en día, en aquellas paredes podemos encontrar grafitos con frases como “la visité y no me gustó nada, excepto el sarcófago” o “‘¡No puedo leer este escrito!” de un abogado llamado Bourichios, quien parece ser que no sabía leer jeroglíficos romanos.
Pero los romanos no solo hacían turismo cuando se encontraban de vacaciones, sino que también aprovechaban cuando desempeñaban misiones bélicas o diplomáticas, como el cónsul Emilio Paulo quien tras vencer en Pidna en el 168 a. C. realizó un tour por Grecia, visitando y haciendo ofrendas por los templos y santuarios más importantes del territorio heleno como el de Zeus en Olimpia, el de Atenea en la Acrópolis o el de Apolo en Delfos. Al igual que otros lugares no religiosos como Áulide, en Beocio, desde donde partió la expedición griega encabezada por Agamenón contra Troya.
El turismo romano solía tener un fuerte rasgo cultural como hemos visto, aunque no siempre, y prueba de ello era la ciudad portuaria de Bayas. Aunque actualmente se encuentra sumergida bajo el mar, en su momento se encontraba en la costa napolitana, y era sinónimo de descontrol veraniego y de turismo de masas. La ciudad se encontraba llena de albergues, villas y tabernas, aunque de una no muy buena reputación. El griterío y los cantos se intensificaban por la noche y según nos cuenta Séneca las orillas de la ciudad siempre estaban llenas de gente borracha. Ovidio por su parte comentaba que “dar caza” a mujeres solteras o viudas era bastante fácil y el poeta Marcial nos dice que cualquier mujer fiel como Penélope (la mujer de Odiseo), se marcharía de Bayas transformada en Helena de Troya, quién abandonó a su marido Menelao por Paris, siendole infiel.
Al igual que hoy en día hay gente que se va de vacaciones a su casa de la playa o bien a hoteles de zonas costeras paradisíacas, los nobles romanos las pasaban en sus villas marítimas. Al igual que hoy en día la gente visita otros países buscando encontrar una cultura distinta y conociendo sus monumentos, museos o tradiciones, los romanos exploraban el Mediterráneo en busca de lo mismo. Y al igual que hoy en día hay quien busca la fiesta y decide visitar los lugares con más vida nocturna, los romanos visitaban ciudades como Bayas, aunque cambiando las discotecas por tabernas. Y es que una vez más podemos ver que no hemos cambiado tanto en 2.000 años. Eso sí, si no entendemos el idioma podemos recurrir al traductor de Google, no como el abogado romano Bourichios que no acabó muy contento tras no entender lo que ponía en las paredes de la tumba que visitó tras un largo viaje.
Bibliografía:
Artículo "Roma se va de vacaciones" de Jorge García Sánchez para Revista Historia National Geographic Nº 176.
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